Equinacea para las defensas. El uso más frecuente de la equinácea es para reducir los síntomas del resfriado común lo cual se debe a su capacidad para reforzar y potenciar el sistema inmunitario –es un antibiótico natural capaz de activar nuestra producción de leucocitos– y como antiinflamatorio.
La equinácea contribuye a disminuir la fiebre, la mucosidad y la tos asociadas no sólo al resfriado sino también a otras enfermedades del sistema respiratorio, facilitando y acelerando con ello el proceso de recuperación.
Pero no sólo se emplea para las enfermedades del aparato respiratorio, sino que también tiene otras aplicaciones – en su mayoría relacionadas con los procesos infecciosos, ya que actúa como bloqueador de la acción de virus y bacterias–. Estas son:
- Infecciones vaginales, genitales o sífilis. (Esta última enfermedad fue una de las primeras aplicaciones médicas de la equinácea)
- Dolores de garganta e inflamación de amígdalas.
- Malaria.
- Difteria.
- Enfermedades del aparato circulatorio, como el reumatismo o la septicemia.
- Infecciones de oído.
- Migrañas.
- Infecciones de encías (gingivitis, periodontitis…).
- Orzuelos.
- Indigestión.
- Infecciones del tracto urinario.
Además de las propiedades anteriormente descritas y por tratarse de un potente cicatrizante, también puede aplicarse de forma tópica para tratar diferentes infecciones y patologías en la piel, que pueden ser desde heridas, quemaduras y eccemas, psoriasis, herpes, las picaduras, furúnculos, hemorroides o los abcesos, entre otros.