Desde hace inumerables años se han asociado a las piedras propiedades que van más allá de lo explicable. Costumbres, religiones y leyendas atribuyen a los minerales la capacidad de acompañar a las personas frente diversas situaciones.
Los minerales habitualmente suelen ser útiles para uso personal y para armonizar espacios como nuestra casa o lugar de trabajo. A nivel personal podemos llevarlos encima en forma de colgante, o colocar el mineral cerca de la zona que queremos armonizar, si es posible en contacto directo con la piel. Si lo que queremos es armonizar un espacio, deberíamos escoger piezas de mineral más grandes, al menos a partir del tamaño de un puño, dependiendo del propósito que nos marquemos.
Cada mineral posee una energía elemental, una vibración especial, una personalidad, como dormida, que se activa con la energía de nuestras manos, de la luz, de un cristal, del pensamiento… No podemos disociar los aspectos físicos y espirituales de los minerales.
La simetría y perfección de ciertos cristales, los diseños, brillos y colores de ciertas piedras son la expresión de misteriosas leyes de la naturaleza que nos transportan a otras dimensiones: el macrocosmos reflejado en el microcosmos…
Las propiedades armonizadoras y sanadoras de los minerales están ligadas a su vibración, a su color, a su forma, a su magnetismo particular. Las piedras, armonizan, equilibran, restauran energías pero no curan afecciones urgentes y graves. Sin embargo son preciosas colaboradoras en convalecencias, estrés, depresiones, miedos, pérdidas afectivas y ciertos trastornos psicosomáticos…Siempre que se tenga regularidad y constancia en el tratamiento.
Los minerales se eligen intuitivamente por la vista y tocándolos. Nos atraen las piedras por puro placer estético, porque nos conectan íntimamente con la
madre Tierra, con el Universo. También sentimos que armonizan el ambiente.